Hace unos meses pedí a mi amiga de la infancia María Pérez Rico un post inspirador, que dejase huella y reflejase el mundo a través de sus ojos.
Lo que no sabía era el inmenso regalo de recibir varios posts que se irán leyendo en “El diván” que os tocará el alma al viajar por etapas de la vida como la infancia u observar una reflexión sobre la vida desde un prisma profundo y bello.
Gracias amiga por tu enorme generosidad, gracias por tu amistad.
Desde niña siempre he tenido un tremendo problema de timidez.
Justo en frente de mi casa, no recuerdo desde cuando, hay una pequeña tienda de chucherías, conocida popularmente y en honor a su dueño como, "La Tienda de Chuches de Gordillo”.
Bajo su toldo de rayas verdes y marrones se esconden miles de gominolas y caramelos que hacen las delicias de todos.
En el verano de los 90, la tienda se llenaba de enanitos y los icónicos helados no paraban de endulzar esos labios inocentes.
Su propietario, Gordillo, era un hombre alto y fortachón, de gran carácter. Ocultaba sus achinados ojos detrás de unas gruesas gafas de pasta oscuras. A pesar de su temperamento, a mí me daba la impresión, de qué alguna vez, los mismos dulces le hubieran bañado el alma, ya que conservaba en su mirada el ápice cándido que da esa miel de la infancia.
Uno de los recuerdos que se han quedado esculpidos en mi memoria, son las nubes color rosa inundando los tarros de cristal y las piruletas gigantes multicolor que tapizaban el escaparate. Lluvia de pigmentos que ocasionaba, que con tan solo un vistazo, desde el otro lado de la calle, se te hiciera la boca agua.
En navidad, además la tienda de chuches se llenaba de luces y de "Reyes de Chocolate". Mi padre adquiría a sus majestades para que posasen durante toda la pascua, en la mesa del comedor familiar.
La tradición dictaba no comérselos hasta el "Día de Reyes", y así la cumplíamos rigurosamente todos los años.
Pero ¡ay de mi timidez! ya se me olvidaba... Cada día, al volver del cole, pasábamos por la tienda de Gordillo y mi madre me preguntaba: María ¿Quieres unos caramelitos? A lo cual yo respondía, con la carita roja, que no, y aún no atisbo a divisar el porqué de mi contestación, ya que me moría de ganas por una golosina. Puede ser que creyera que no merecía ser premiada con esos dulces o quizás simplemente no era capaz de decir un mero... sí. Menos mal que para eso están las madres, que siempre leen el pensamiento, y me regalaba, casi a escondidas más de una.
Ahora que ha pasado el tiempo, la tienda de chuches sigue ahí en frente, pero la veo muy cambiada.
Gordillo, se fue al cielo, inusualmente, de manera muy discreta, como en un suspiro.
En el escaparate todo es robótico, muy moderno y en la puerta los niños se han sustituido por carteles de " Se Vende Lotería". De vez en cuando me pregunto: ¿dónde han quedado aquellos tiempos?... no lo sé.
La Tienda de Chuches ya no es de Gordillo, ni se llama así aunque el toldo verde y marrón pareciera gritar su nombre, y los tarros olvidados en el último estante añoran aquella voz incansable y grandiosa que animaba al gentío a acercarse al lugar.
Cae la noche y la misma verja se cierra imaginando ser abierta con brío por las manos que serán eternamente sus dueñas. La tienda tiene sueños de plata en los que Gordillo vuelve en forma de nube escondido en el aire, esperando como siempre a ver esa sonrisa pícara del niño cuando recibe su gran premio: una piruleta.
Foto de Polina Tankilevitch: https://www.pexels.com/es-es/foto/azucar-dulces-golosinas-chucherias-5469045/